Es importante asumir nuestros juicios y creencias, buscar nuestro punto de equilibrio, ese retazo que no hemos atendido, que postergamos para seguir en nuestra zona de confort. Por lo general, ese trozo de nuestra vida pide ser escuchado para reconectar con nuestro ser y abrazar nuestros latidos. Ésos que han trabajado por nosotros desde nuestra gestación y a los que quizá les agradecemos pocas veces.
¿Has pensado en qué tanto te enfocas más en otros que en ti? ¿En lo que los demás quieren de ti? ¿En complacer a otros? ¿En pedir la aprobación de los demás? Es agotador ser un queda bien y desgasta emitir juicios sobre otros y sus acciones. Me llevó mucho tiempo saber que cada uno tienen su cosmovisión, personalidad, genes y vibración únicos; que lo que yo espero de ellos no tiene que ver con sus prioridades, que no es personal y que su intención no es lastimar.
Ni los gemelos vibran igual. Tu mejor amigo, tu pareja o algún familiar no son como tú, ninguno actuará como tú quieres por mucho amor que se tengan entre sí. Una vez alguien me enseñó la siguiente reflexión: hay que estar expectante, sin expectativas. Y en realidad es un alivio esa práctica, eleva tu frecuencia vibratoria. Dar sin recibir no te lleva a la desilusión, y en cambio, es alentador si te dan una respuesta favorable.
Asumir nuestra dualidad y brillo nos lleva a una vida plena, libre y sana. Somos seres imperfectos de manera absoluta. Pregúntate si es tu momento de atender tu intuición y sabiduría. Cuando cerramos ciclos, florecemos, nos liberamos y nos reinventamos. La vida es fugaz: vuela, siente, vibra, ríe, crea, trabaja, llora, aprende de las caídas, fluye, sé tú.
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