Luis Eduardo compartió escenarios con los máximos exponentes musicales, nos legó su arte en lienzos, esculturas, en el cine y en canciones. Tuve la oportunidad de verlo frente a mis sentidos un par de ocasiones, en un teatro de Salamanca, España en el 2004 y en Saltillo en el 2013. En ambos conciertos atestigüé su virtuosismo y maravillosa sencillez, así como su desbordante talento. Me cautivó su gran conexión con el público y cómo nos llevaba de la mano con sus canciones.
Aute fue mucho más que un referente en la vida musical europea e internacional, aunque él se imaginara más pintor que cantautor. Combinaba su tiempo entre el arte, viajes, amores, comidas y amigos con una cosmovisión única. Arropó a varias generaciones de jóvenes enamorados de sus canciones; era sorprendente observar a personas de todas las edades cantando con él en sus conciertos. Me atrevo a decir que, con sus letras, los jóvenes enamorados enamoraban a sus enamoradas y viceversa.
Es imposible omitir algunas de sus hermosísimas canciones que son mis biblias: “De paso” un canto a la vida, “Mojándolo todo”, la musicalización sumamente erótica de un poema que él llamaba canción; “El niño que miraba al mar”, un llamado especial a reencontrarnos con nuestro niño interior; “Sin tu latido”, los efectos de la ausencia pura; “Giraluna”, un autoretrato (Auteretrato, como tituló a uno de sus materiales) de él mismo, insurrecto y libre.
Así inicia la canción “De paso”, de su autoría: “Decir espera es un crimen, / decir mañana es igual que matar. / Ayer de nada nos sirve, / las cicatrices no ayudan a andar”. Desde ayer, 4 de abril no está Aute, nos deja una cicatriz que nos invita a soltar. VivAute por siempre.
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