El reconocido escritor Carlos Valdés, me escribió a mi correo personal: “No entro en tus categorías, porque no tengo celular. Cuando voy al médico o incuso al banco, siempre llevo un libro y siempre soy el único que lee. Una vez, una señora se impresionó no sólo porque leía, sino porque subrayaba frases y ponía comentarios.
Me preguntó por qué lo hacía y le dije que por lo mismo que un carpintero tiene un serrucho para usarlo, no para contemplarlo, que el libro es mío y es mi instrumento de trabajo”.
La directiora del IIDIMU, Sandra López Chavarría, me mandó el siguiente WhatsApp: “Le damos demasiado crédito a la información de la internet y olvidamos que detrás de una obra literaria hay mucho trabajo de análisis e investigación de autores. Mucha de la información de los buscadores no es segura. Ojalá le demos importancia y credibilidad a los libros serios”.
Mi maestra de yoga, Cecy Salas, me comentó: “Lo he vivido muchas veces. Cargo con mi libro, lo abro y no logro concentrarme en la lectura por distracciones. He dejado de darme tiempo para ello”.
A la vez, Lily Barrera me hizo saber: “Tus artículos me hacen pensar. Imaginemos en la época de Da Vinci, sin celular ni libros, usaban la cabeza para lo propio: crear, observar, pensar”.
Mi amigo, Hamlet Murillo, me escribió desde McAllen, Texas: “En cada país donde he vivido, México es el peor en lectura en cada coyuntura.
Salvador me ponía a leer en la prepa libros que aún yo no podía entender; lo mismo pasó con mi papá, con Adolfo Orive, Hugo Andrés Araujo y Saúl Rosales.
Los convenios internacionales e interuniversitarios que está haciendo Salvador en la UAdeC son muy importantes, y aterrizarlos a la comunidad es el punto nodal.
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