Tírolo llegó timorato y llorón. Ya casi completa sus vacunas para poder realizarle una enucleación, es decir una cirugía para eliminar completamente el globo ocular y cerrarle permanente los párpados. Desconocemos cómo perdió el ojo izquierdo antes de llegar con nosotros. Le da miedo subirse al auto, tiembla y llora. Pensamos que lo había superado en un viaje a Saltillo, pero en tramos cortos, aún llora si no tiene contacto con otro ser vivo.
Comía poco, lloraba mucho y parecía muy introvertido. Poco a poco se ha ido adaptando a nuestra dinámica familiar. No ha sido fácil domesticarlo. Si fuera persona, diría que Tírolo ya salió del rancho, pero el rancho no ha salido de él: es pueblo, más no del pueblo, porque es mío y sólo mío. A dos meses, ese cachorrito se ha ido transformando. Aumentó su apetito y su pelaje reseco y sin brillo se torna sedoso.
Es impresionante su capacidad para desarrollar otros sentidos para suplir el inconveniente de tener sólo un ojo. Lo cubre para protegerlo de manera intuitiva y gira rápido la cabeza para ver lo que no está a su alcance de forma natural. Ahora camina idiotizado justo detrás de la Nina, quiere estar con ella todo el tiempo. El llanto nostálgico del Tírolo se fue, pero llegó el pasional.
Esos tortolos no saben de pudor. Explayaron su sentir bajo la mesa de mi casa, mientras Jimena y Susy Cisneros comían una deliciosa lasaña. Mi hermana Lulú y yo, llegamos unos segundos después. Mi hija me dijo que necesitaba ayudar al Tírolo, corrí, porque no sabía de qué se trataba. No fue necesaria mi intervención. La naturaleza y mi perro son muy sabios, encontraron la respuesta en segundos.
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.