Investigar un tema, significaba ir a la biblioteca o pedir consejo a los profesores. Hoy en día, desde un teléfono móvil se solucionan todas las dudas con una simple visita a la red. De tal forma que las nuevas generaciones comienzan a padecer una suerte de morbidez intelectual, derivada por supuesto, del fácil acceso a la información.
Lejos quedaron aquellos tiempos en los que la figura del maestro inspiraba el suficiente respeto como para nombrar calles, colonias y bibliotecas. Su función ha ido transitando hacia una evolución compleja en la que poco a poco hemos restado atributos y responsabilidades, aminorando su respeto. Y es que en la actualidad cualquiera puede pretender adjudicarse el papel de maestro. Todos opinamos, evaluamos y descalificamos, "Ese maestro tuyo está en un error, esto no es así, es asá", y desgraciadamente, las nuevas generaciones se van quedando con esa lamentable y equivocada calificación a la figura docente.
Culpas sobran entre actitudes políticas de sindicatos que estelarizan marchas y plantones, así como una considerable cantidad de “profes” que no son “profes”; porque hay que decirlo, tener un grado de licenciatura o ingeniería, no te capacita automáticamente para ejercer la docencia.
De esta forma el maestro otrora calificado de “apóstol educativo” y “estricto sembrador de conocimiento”, hoy se divide en dos nuevas dimensiones: “crítico” o “desencantado”. Crítico es el que ejerce a través de la profesión una vocación de vida, cuidadoso de su función y papel en el progreso tanto individual como social. Desencantado, el que apenas considera en esa oportunidad laboral algo que hacer con la vida. ¿Qué porcentaje de uno y otro existe en el universo del sistema educativo mexicano? ¿Cuál de ellos está educando a nuestros hijos?
Somos lo que hemos leído y esta es, palabra de lector.
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